
Pieles que habitamos: Por qué los cambiaformas son la metáfora LGBT+ perfecta
- L R. Jeffers

- 28 nov
- 3 Min. de lectura
Hola otra vez. Hoy quiero dejar un momento el realismo y la oscuridad humana para hablar de algo más mágico, pero curiosamente, muy real para muchos de nosotros: los cambiaformas.
Hombres lobo, selkies, dragones que toman forma humana... La literatura fantástica está llena de seres que ocultan una segunda naturaleza bajo su piel. Y si eres una persona LGBT+, es muy probable que esas historias resuenen contigo de una forma especial.
Porque la historia del cambiaformas es, en esencia, la historia de salir del armario y encontrar tu manada.

En la mayoría de las novelas de fantasía urbana, la regla número uno para un cambiaformas es que los humanos no se enteren.
Tienen que parecer normales. Tienen que ir al trabajo, pagar facturas y fingir que son como todos los demás, mientras esconden una parte fundamental de su identidad que la sociedad consideraría monstruosa o peligrosa.
¿Te suena? Es la analogía perfecta del armario y del concepto de passing (pasar por cishetero). Esa tensión constante de «¿se habrán dado cuenta?», «¿me miran raro?», o el miedo a perder el control y dejar salir tu verdadero yo en el momento equivocado, es una experiencia universal para cualquier persona queer que haya tenido que ocultarse para sobrevivir en un entorno hostil.

Aquí es donde la analogía se pone interesante para la comunidad trans y no binaria.
Piensa en cómo se describe a menudo el momento de la transformación. En muchos libros, el personaje se siente atrapado, incómodo, como si su piel humana le quedara pequeña o fuera un disfraz. Siente que algo no encaja. Eso es una representación muy visual de la disforia.
Y luego, el cambio. El momento en que liberan al lobo, al oso o a la criatura. A menudo se describe como un momento de libertad absoluta, de volver a casa, de ser quien realmente son. Esa es la euforia de género.
Para el cambiaformas, la sociedad le dice que su forma humana es la correcta, pero él sabe, en sus huesos, que su forma verdadera es la otra. O que son ambas. No es una maldición, simplemente es su naturaleza.

Lo fascinante de los cambiaformas es que rompen la lógica binaria.
¿Es humano? Sí.
¿Es animal? Sí.
¿Es ambos? También.
No encajan en las cajitas que la sociedad ha preparado. Esto resuena muchísimo con las personas bisexuales, pansexuales y de género fluido. Nos enseñan que la identidad no es estática; puede fluir, cambiar según el contexto, la luna o el estado de ánimo, y no por eso es menos válida.
De hecho, si miramos atrás, figuras como Loki en la mitología nórdica no solo cambiaban de especie (bueno, que nuestro amigo se convertía en caballo, en salmón, en mosca…), sino que al hacerlo, a menudo cambiaban de género y sexo biológico (Loki llegó a ser madre de un caballo de ocho patas). La fluidez de género ha estado ligada al cambio de forma desde el principio de los tiempos.

Si hay un tropo que amamos en la literatura de cambiaformas es el de la manada.
A menudo, los cambiaformas son rechazados por sus familias humanas biológicas cuando se descubre su secreto. ¿Qué hacen? Se buscan entre ellos. Crean vínculos que son más fuertes que la sangre. Se protegen, se cuidan y se entienden sin palabras.
Esto es, literalmente, el concepto queer de la Familia Elegida. En un mundo que nos ve como «los otros», encontramos refugio en aquellos que comparten nuestra piel, nuestra experiencia.

Durante mucho tiempo, las historias usaron al hombre lobo como una advertencia. Ya sabes, el «si te dejas llevar por tus instintos bajos, eres un monstruo».
Pero la literatura moderna, y especialmente el romance paranormal, ha roto el estereotipo. Ahora nos enseña que nuestras diferencias nos hacen poderosos, que aceptar a nuestro lobo interior (o a tu dragón, o a tu identidad queer) es el único camino para ser feliz y encontrar el amor verdadero.
Así que la próxima vez que leas sobre alguien aullándole a la luna, recuerda que tal vez no es solo fantasía. Tal vez es la historia de alguien aprendiendo a amar todas las partes de sí mismo, sin miedo.

Yyyy tú, ¿qué opinas?
¿Cuál es tu cambiaformas favorito de la literatura y crees que encaja en esta analogía? ¡Te leo!


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